México reduce la pobreza y abre un nuevo mercado de consumidores

Al cierre de 2024, el 29.6% de la población mexicana vivía en condición de pobreza, lo que significó una disminución de casi siete puntos porcentuales respecto a 2022.
A finales de 2024, las cifras sorprendieron. México cerró el año con una reducción significativa en sus niveles de pobreza: 29.6% de la población se encontraba en esa condición, casi siete puntos porcentuales menos que en 2022, según la Medición de Pobreza Multidimensional del Inegi.
El dato no es menor. Detrás de él hay millones de familias que lograron mejorar su ingreso corriente, en buena medida gracias a las transferencias directas y al flujo histórico de remesas enviadas desde el extranjero.
Sin esos apoyos, la pobreza habría alcanzado 32.8%, un escenario que muestra la relevancia de estos recursos como amortiguadores sociales y económicos.
El avance no se entiende sin contexto. En la última década, México ha mostrado una tendencia a la baja en la pobreza, con la excepción de 2020, cuando la pandemia golpeó de lleno al empleo y la actividad económica. El repunte posterior no solo recuperó el terreno perdido, sino que colocó al país en una ruta de expansión del consumo interno que hoy empieza a reconfigurar el mapa de oportunidades para las empresas.
La fotografía que entregan los números revela fortalezas que impulsan al mercado mexicano. El ensanchamiento de la base de consumo multiplica la demanda de bienes y servicios esenciales y favorece a sectores como comercio, alimentos, telecomunicaciones, salud, vivienda y servicios financieros. El consumidor de ingresos medios y bajos comienza a sofisticarse, exige mejor relación costo–beneficio y se abre a la formalización de productos y servicios que antes estaban fuera de su alcance.
Las oportunidades son claras. Una mayor capacidad de compra en los hogares de menores ingresos impulsa la adopción de pagos digitales, abre espacio para microseguros y financiamiento accesible, y fortalece la bancarización. El sector vivienda encuentra un mercado fértil en el arrendamiento y en soluciones modulares de bajo costo. Al mismo tiempo, la dinámica de nearshoring refuerza cadenas de proveeduría locales y proyecta a la manufactura ligera y a la logística de última milla como ejes de crecimiento.
Sin embargo, persisten debilidades estructurales. La dependencia parcial de remesas y transferencias expone a los hogares a factores externos y a decisiones de política pública. La informalidad laboral frena la productividad y limita el acceso al crédito, mientras las disparidades regionales y la falta de infraestructura encarecen la distribución. La educación y la capacitación técnica avanzan a un ritmo menor que el requerido, lo que genera brechas de calidad en el empleo y resta competitividad a las pymes.
En paralelo, los riesgos no desaparecen. Una desaceleración en Estados Unidos puede afectar exportaciones y remesas, la inflación presiona el ingreso real, los fenómenos climáticos alteran cadenas de suministro y la incertidumbre regulatoria retrasa inversiones. Ante ello, las empresas deben responder con planeación financiera, diversificación de mercados, eficiencia energética, innovación en procesos y gestión de datos que permitan entender mejor a un consumidor cada vez más exigente.
El país vive un momento bisagra. La reducción de la pobreza en 2024 no es solo un avance social: es la apertura de un mercado interno más robusto y con potencial de convertirse en motor económico de la próxima década. México podría estar escribiendo el inicio de una nueva historia: la de una clase media en expansión que redefinirá el rumbo de los negocios y el futuro del crecimiento.
Collaboration: Editorial Auge.