La industria automotriz continúa resiliente y en crecimiento
La industria automotriz reafirmó su papel como pilar económico: en el tercer trimestre de 2025 aportó 4.5% del PIB nacional.
La industria automotriz mexicana atraviesa un momento que marca época. En las líneas de producción que avanzan sin pausa en el Bajío, el norte y el centro del país, se define no solo el futuro de un sector industrial, sino la posición de México dentro de la economía global.
Entre robots, ingeniería de precisión y cadenas logísticas que conectan a tres naciones, el país consolida una de sus historias económicas más importantes. Ese pulso productivo quedó reflejado en el tercer trimestre de 2025, cuando la industria automotriz aportó 4.5 por ciento del PIB nacional según datos del Inegi y la AMIA, una cifra que confirma su peso como columna vertebral de la manufactura mexicana, de donde proviene casi 30 por ciento de toda la producción industrial.
Esta fortaleza no es casualidad. Décadas de inversión, acuerdos comerciales, especialización del talento y una red de proveedores que ha crecido de forma constante han permitido que México sea uno de los mayores productores de vehículos en el mundo. Millones de unidades ensambladas cada año salen de plantas altamente tecnificadas, mientras más de un millón de empleos sostienen un ecosistema que abarca manufactura, diseño, ensamble, proveeduría avanzada y servicios de ingeniería.
La integración con América del Norte se ha convertido en un activo operativo y estratégico que impulsa a fabricantes globales a expandir su presencia en territorio mexicano.
El entorno internacional ha abierto una ventana de oportunidad poco común. La reconfiguración de las cadenas globales de suministro y la búsqueda de mayor resiliencia han llevado a las empresas a mirar con nuevos ojos a México, donde la ubicación, los costos competitivos y la infraestructura exportadora se combinan con un mercado laboral especializado. La transición hacia la electromovilidad agrega otro impulso. Nuevas plataformas, inversiones en baterías, sistemas electrónicos y software automotriz se alinean con la capacidad del país para absorber proyectos de manufactura avanzada.
La combinación de nearshoring, innovación tecnológica y demanda creciente transforma a México en un candidato natural para atraer mayor volumen de producción estratégica.
Sin embargo, el ascenso no está libre de retos. La dependencia de insumos importados, sobre todo en electrónica y componentes de alto valor, limita la integración nacional y reduce el margen de competitividad frente a regiones que han escalado en innovación. La infraestructura logística y energética enfrenta presiones en un momento donde la industria requiere confiabilidad absoluta. La adaptación de la fuerza laboral a tecnologías eléctricas y digitalizadas avanza, pero necesita acelerarse para sostener el ritmo de transformación que exigen los mercados globales. A esto se suman presiones regulatorias del T MEC, competencia feroz desde Asia y un escenario geopolítico cambiante que puede alterar flujos de comercio e inversión.
Aun con estas debilidades y amenazas, la industria automotriz mexicana mantiene una posición privilegiada. Su contribución al PIB y su peso dentro de la manufactura no solo hablan de tamaño, sino de influencia estructural.
Cada vehículo que sale de una línea de producción mexicana representa la convergencia de talento, capital, tecnología e infraestructura y también la posibilidad de que el país ascienda a un nuevo nivel de sofisticación industrial. Hoy, México se encuentra en un punto decisivo. Si empresas y gobierno capitalizan las oportunidades del nearshoring, fortalecen la proveeduría local e impulsan la innovación, la historia que se está escribiendo en este momento será recordada como el inicio de una nueva era para la economía nacional.
Collaboration: Editorial Auge.