T-MEC mantiene su carácter trilateral

La Secretaría de Economía afirmó que el T-MEC seguirá siendo regional, aunque se mantengan reuniones bilaterales.
En medio de la creciente tensión comercial que marca la nueva era del comercio mundial, México ha decidido mantener su brújula firme. Mientras Estados Unidos endurece su política arancelaria y Canadá observa con cautela el reacomodo global de las cadenas de suministro, el gobierno mexicano envía una señal clara: el T-MEC sigue siendo un pacto de tres, no de dos.
En un contexto donde cada gesto diplomático cuenta, la Secretaría de Economía apuesta por la cooperación regional como ancla de estabilidad y oportunidad.
Luis Rosendo Gutiérrez, subsecretario de Comercio Exterior, no rehúye al diagnóstico. Reconoce que los nuevos aranceles impulsados por Washington y las tensiones en sectores sensibles como el automotriz, el acero y los vehículos pesados han inquietado a los industriales. Pero insiste en que el acuerdo mantiene su espíritu original.
“Desde hace 30 años los temas en nuestro acuerdo de libre comercio se han discutido muchas veces de manera bilateral, pero finalmente se aterrizan en un consenso trilateral. Esa ha sido la fórmula y seguirá siéndolo”, afirmó, marcando distancia frente a las especulaciones sobre un T-MEC fracturado.
El mensaje no es menor. Llega en un momento en que Jamieson Greer, representante comercial de Estados Unidos, reafirma la prioridad de su país por reducir la dependencia de China. México, en esa misma narrativa global, se posiciona como pieza clave de un tablero industrial que se reconfigura a pasos acelerados. Para Gutiérrez, lo que ocurre no es un episodio coyuntural, sino un cambio estructural en la lógica del comercio internacional. Y en ese giro, México busca jugar a favor de la corriente, no en contra.
El país parte de una ventaja real: el 85 por ciento de sus exportaciones hacia Estados Unidos están libres de aranceles.
En un mundo donde los impuestos al comercio vuelven a ser arma política, esa condición representa una fortaleza invaluable. México es hoy uno de los pocos países con acceso preferencial al mayor mercado de consumo del planeta, una ventaja que lo coloca por encima de economías tan sofisticadas como Japón, Corea del Sur o la Unión Europea. Esta posición convierte al país en un imán para inversiones manufactureras, logísticas y tecnológicas, que buscan cercanía, seguridad y eficiencia en costos.
Pero esa fortaleza coexiste con fragilidades. Las cadenas productivas, aunque integradas, dependen de la estabilidad política de los tres socios y de la capacidad de México para modernizar su infraestructura energética y su base tecnológica. La falta de una política industrial coordinada y la lentitud en la adopción de innovación son puntos que podrían limitar su competitividad. Gutiérrez lo admite sin rodeos: hay industrias que duelen. Y, sin embargo, el conjunto se sostiene.
El panorama también abre oportunidades inéditas. El proceso de nearshoring que redefine la manufactura global coloca a México en el centro de las estrategias empresariales para reubicar operaciones más cerca del mercado estadounidense. La electromovilidad, los semiconductores y la producción sustentable se perfilan como los nuevos motores del desarrollo industrial. En esta carrera, el país tiene lo que muchos buscan: ubicación geográfica privilegiada, talento técnico en expansión y una red de tratados que lo conectan con 50 naciones.
La decisión de no responder con represalias a los movimientos arancelarios estadounidenses también revela una lectura estratégica. “Muchos decían: ¿por qué no retaliamos? Pero habría sido dispararnos en el pie. Las plantas mexicanas tienen altísimo contenido estadounidense; somos parte del mismo sistema de coproducción”, explicó el subsecretario. Detrás de esa frase hay una lógica empresarial: proteger la integración productiva y preservar la confianza del inversionista es más rentable que escalar una disputa comercial.
Aun así, los riesgos son reales. Las elecciones en Estados Unidos podrían redefinir las prioridades comerciales de su gobierno. Canadá, por su parte, ajusta su política industrial ante la presión de competir por inversiones verdes. Y México debe seguir mostrando que puede ofrecer certeza jurídica, seguridad en las cadenas logísticas y estabilidad macroeconómica para mantener su atractivo.
En este tablero cambiante, el país enfrenta una prueba de madurez. Su fortaleza radica en la integración productiva; su oportunidad, en capitalizar la relocalización global; su debilidad, en la infraestructura y la innovación; su amenaza, en los vaivenes políticos que podrían alterar las reglas del juego. Sin embargo, el mensaje que hoy emite la Secretaría de Economía es inequívoco: México no retrocede.
El comercio global atraviesa un punto de inflexión y América del Norte redefine su identidad económica. En esa transición, México no solo busca resistir, sino convertirse en el eje que mantenga unida la región. El T-MEC no es una frontera, sino un puente que, bien gestionado, puede transformar la incertidumbre global en una oportunidad histórica para consolidar el liderazgo industrial del país.
Collaboration: Editorial Auge.